En la vida hay dos tipos de personas: las que viven sin seguir ningún esquema o patrón y las que han de seguir el guión en su día a día cual penitente que cumple una promesa. De esto nos habla el libro de Mason Currey, pero aportando algo que llama la atención al lector, nombres de personalidades famosas, tales como pintores, escritores, cineastas, científicos, músicos o incluso filósofos.
El libro, que está estructurado de una manera muy atractiva, para no cansar al lector, permite ser leído en orden o de manera aleatoria, y basándose en las propias memorias de los protagonistas o en autobiografías escritas con su permiso (en la mayoría de los casos). Currey se encarga de contar los pasos, las manías, los menús, los medicamentos, los lugares, los vicios e incluso lo que no hacían para evitar estar creando de una manera constante. A algunos de ellos les iba la vida de excesos, a otros el ser escrupulosamente sanos, a otros escribir con mucho barullo a su alrededor y a otros el silencio sepulcral.
Currey nos cuenta como Jean Paul Sartre consideraba que para producir no era necesario establecerse de sol a sol en un escritorio; con tres horas por la mañana y tres por la noche eran más que suficiente, esto sí, él “decoraba” sus métodos de trabajo con la alternancia indiscriminada de drogas, alcohol, comidas muy pesadas, juergas nocturnas y pocas y malas horas de sueño. Otro tipo de pautas metodológicas seguía la norteamericana Maya Angelou, quien no podía trabajar en su casa porque quería separar la vida familiar de la creativa; es por esto que alquilaba habitaciones de hotel muy simples, con una cama y a veces con un lavabo, y se ponía a trabajar sobre siete horas al día, editando mientras escribía, hasta que llegaba a casa y se relajaba con su marido y su familia. También le gustaba forzar su trabajo al límite, aunque no como Sartre, sino más bien hasta que su cuerpo no podía más y acababa sufriendo los achaques del trabajo constante e intenso. Wolfgang Amadeus Mozart es el tercer caso que me gustaría mencionar, ya que su tiempo era limitado y su vida una vorágine de actividades entremezcladas: desde el cortejo a su amada Constanza hasta los conciertos que ofrecía, el momento dedicado a la composición de sus piezas había de ser limitado y a la vez muy productivo, por lo que sólo podía componer por las noches, muchas veces hasta la una de la madrugada, y volver a empezar su frenética rutina diaria a las seis de la mañana.
Estos son solo algunos de los casos que más atrajeron mi atención; en vuestras manos está decidir cuáles son los vuestros.